Llevaba meses discutiendo con varios de mis amigos que están fuera de Venezuela si Caracas estaba muerta. Horas y horas tecleando en la pantalla sin llegar a ningún acuerdo. Ellos hablaban de las discotecas, de los cafés y de la vida nocturna, pero siempre hay uno que da en el clavo: los toques musicales.
Para echar un poco hacia atrás, este año comenzó duro: 6 apagones (solamente en Caracas), crisis social y política y a esto se le suma la hiperinflación que día a día nos carcome a todos, y así el año fue pasando entre problemas con los servicios básicos, precios por las nubes, despedidas y un sinfín de dolencias. Mientras tanto en mi cabeza nada más había una frase de Gran Radio Riviera que me fui repitiendo todo el año no me voy, yo no me voy, no está en discusión. Para mi, en este momento nunca había sentido una frase tan mía, tan real, tan fácil de entender pero tan difícil de explicar.
De la nada, sin ningún aviso y de golpe Cúsica anuncia el CúsicaFest: tres generaciones, una misma movida, un festival de dos días con un line up que nos voló a todos la cabeza. Bandas de la talla de Los Amigos Invisibles, Desorden Público y Malanga, pasando por ViniloVersus, Los Mesoneros, Okills, La Vida Bohème e incluyendo a Anakena, El Otro Polo y Andrés Mata, por nombrar varias. Tengo que ir, era lo único que me repetía una y otra vez.
Sábado 14 de diciembre, son las 11:30 am y seguía incrédula al darme cuenta que ya estaba dentro del festival; estaba con mis amigos, vería a mis bandas favoritas, me encontré gente que tenía años sin ver y por mi mente solamente pasaba ¿cómo va a ser la vida mejor? Yo pregunté y nadie respondió. ¿Cómo va a ser la vida mejor?
Rodeada de FoodTrucks, un bazar, fotógrafos, amigos, risas, ron, olor a cigarro, vapers y hierba se nos fue el día. Bailamos, gritamos y saltamos, nadie sabía cómo contener la emoción cuando las bandas tocaban, no sabíamos qué sentir, no sabíamos qué decir. Se nos estaba acabando el día cuando, entre saltos, abrazos y conversa, escucho: Cuando golpeé la melancolía con tus postales, tu música, tu comida. Dirás con orgullo de dónde vienes, saltará tu corazón cuando tu te conectes. Los que se quedan, los que se van algún día volverán… El corazón se me puso chiquito, solamente pensé en grabar ese momento y enviarlo por el grupo de mi familia y amigos, como hubiese querido que estuvieran ahí conmigo.
Domingo 15 de diciembre, son la 11:00 am y volvía a estar en la misma lomita en la que me ubiqué el día anterior pero esta vez rodeada de más gente. Ese domingo “los vecinos” (de quienes no habíamos hecho panas el día anterior) habían ido con más amigos y nosotros también, la lomita se nos había quedado chiquita.
Comenzamos el día cantando las canciones de El Otro Polo que, para quien no recuerde, antes tenía una banda de punk que se llamaba Fuego Montevideo y nos recordó que todos los que estábamos ahí venimos de las aguas claras. De las madres buenas. De las tierras madres. De un tal Reverón. Para seguir con Anakena ―y pido disculpas de antemano porque voy a fangirlear―, quienes para mi son los niñitos de la casa o la revelación de año, quienes, con sus influencias de Los Amigos Invisibles, pusieron a bailar bachata a más de un rockero y a gritar a todo pulmón: ¡quiero decirte que eres todo para mi y sólo se me ocurre decir que como sanguchito de diablito y cheese whiz, me haces feliz!
Todo parecía mentira, cada banda que se montaba en esa tarima agradecía por estar de vuelta en el país y la ciudad que los vió crecer. Esta ciudad rota pero con encanto inigualable.
El día avanzaba entre lluvia, más risas y más ron; para entonces ya se estaba montando ViniloVersus en tarima y todos coreábamos sus canciones mientras saltábamos. Gritabamos, eufóricos, nos entregamos a la adrenalina pero, mejor que eso, nos entregamos al rock. Cerraron con Ares, que canción tan significativa para una Venezuela que la han tratado de convertir en cenizas: ¿Cómo crees que te van a recordar? No eres mártir, tú sólo sabes matar y has creado este cementerio. No lo olvides y llévalo a la tumba.
La barra iba subiendo, al igual que el rush de adrenalina, pronto estarían en tarima aquellos niñitos que cuando comenzaron se vestían como mesoneros y tenían un sonido irreverente. Esos que han sorprendido a todos y ahora tienen una fanaticada enorme: Los Mesoneros.
Abrieron su show con Prefiero No Saber y así siguió la locura, todo el CúsicaFest saltaba y gritaba a todo gañote sus canciones. Después de la canción que le dedicaron a Caracas nos lanzaron tres golpes duros: Riesgo, Pangea e Indeleble, así, de una, sin miedo y dejándonos a todos rotos. Al escuchar los primero acordes de Riesgo me sorprendí con lágrimas en los ojos, un nudo en la garganta y gritando: ¡buscar remedio sin derrotas y si perdemos no es gran cosa! Para Pangea ya mi alma había dejado mi cuerpo y estaba flotando, mientras mi mente pensaba en todas las personas que dieron todo de sí y más y que, a pesar de eso las separa un mar. Lloré, lloré muchísimo y sin ninguna duda grité, como si no hubiese nadie a mi alrededor: yo te di de mi todo y más y a pesar de eso nos separa un mar.
Ya se nos había ido el día, la noche y el fin de semana; nada más faltaban Los Amigos Invisibles. Me dolían los pies, los brazos, estaba insolada y no tenía voz pero apenas empezó la gozadera me levanté del piso y me puse a bailar y a cantar con mis amigos, “los vecinos” y con quien estuviese cerca.
Los Amigos supieron cómo sacudirnos un poquito el guayabo que nos dejaron Los Mesoneros, estuvieron en tarima más de 80 minutos tocando las nuevas y las viejas. Hicieron que todos bailáramos y gozarámos como nunca, típico de los amigos, ¿no?
El cierre fue hermoso, todas las bandas y los organizadores en tarima, abrazados, en un reencuentro que hacía años no pasaba, tomando fotos y agradeciendo a Cúsica y a Caracas por el gran fin de semana. Si me preguntan a mi, no sólo fue un reencuentro de tres generaciones, fue un reencuentro con Caracas, fue un reencuentro con amigos, fue un reencuentro con nosotros mismos.
En mi opinión, no, Caracas no murió, Caracas mutó a algo distinto, Caracas se adaptó a las adversidades y todos los caraqueños no adaptamos con ella. Y así, entregados al rock, a la bachata, a las baladas, al funky, al sol, a las risas, al llanto, a la lluvia y al buen rato me despido de el mejor fin de semana de todo mi 2019.
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